La afectividad es una característica fundamental del ser humano y las vivencias afectivas algo que hace a cada persona única en su modo de enfrentarse al mundo.
Las emociones y los sentimientos, principales manifestaciones de la vida afectiva intervienen en todos los procesos evolutivos: en el procesamiento de la información, en el desarrollo de la comunicación, en la organización del apego, en el desarrollo moral, en el conocimiento social, e incluso en funciones como la alimentación, el sueño, etc., y pueden considerarse la principal fuente de las decisiones que tomamos a lo largo de toda la vida.
La adecuada evolución de la afectividad durante los primeros años de la vida del niño/a resulta de gran importancia debido a su influencia en el desarrollo personal posterior.
Durante la primera infancia la afectividad se desarrolla en estrecha relación con otros factores como: el lenguaje , la motricidad , la socialización la inteligencia etc.
Gracias a las relaciones afectivas que establece el niño con esas personas que le proporcionan satisfacción y seguridad, se multiplican la comunicación y el lenguaje, se agudiza la mirada y las expresiones faciales, se mejora la capacidad de desplazamiento, etc. y gracias a estas relaciones “positivas” se aprende a confiar en el otro, a soportar las frustraciones aplazando las gratificaciones, a buscar el establecimiento de nuevas relaciones, etc. Este intenso deseo del otro, al que se llama vinculación afectiva, es la base y da origen a toda la vida emocional del niño y futuro adulto.
La necesidad de relación afectiva de los niños, da lugar a que en Educación Infantil se considere como un criterio metodológico importante la seguridad emocional, y se haga necesario reflexionar sobre el papel del educador en esta etapa. Pudiendo considerar que un desarrollo afectivo óptimo es el impulsor y facilitador de los demás.
Gracias a las relaciones afectivas que establece el niño con esas personas que le proporcionan satisfacción y seguridad, se multiplican la comunicación y el lenguaje, se agudiza la mirada y las expresiones faciales, se mejora la capacidad de desplazamiento, etc. y gracias a estas relaciones “positivas” se aprende a confiar en el otro, a soportar las frustraciones aplazando las gratificaciones, a buscar el establecimiento de nuevas relaciones, etc. Este intenso deseo del otro, al que se llama vinculación afectiva, es la base y da origen a toda la vida emocional del niño y futuro adulto.
La necesidad de relación afectiva de los niños, da lugar a que en Educación Infantil se considere como un criterio metodológico importante la seguridad emocional, y se haga necesario reflexionar sobre el papel del educador en esta etapa. Pudiendo considerar que un desarrollo afectivo óptimo es el impulsor y facilitador de los demás.
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